Ciénagas
Obra de Paloma Villalobos
Obra de Paloma Villalobos
Obra de Carola Hermosilla
Sabemos medianamente que en el campo de la sismografía los aparatos tienen por objeto dar cuenta de los intervalos producidos por un fenómeno, dentro de una escala cuantitativa y, por lo tanto, objetiva. Aquí el registro fotográfico intenta efectuarse dentro del «temblor mismo», es decir, la cámara es participativa: vive el temblor corporal como dentro de una capa en deslizamiento continuo. Efectivamente, se puede vivir dentro de una escala de tiempo-que es la que te entrega el obturador-pero si has decidido vivir ese tiempo en larga exposición seguramente el fotógrafo sentirá ese transcurso como si ocurriera en su propio cuerpo. En el mismo sentido, el cromatismo asignado por las fuentes se transforma en ese lapsus de tiempo en saturaciones corporales, en intensidades sobre-expandidas, en densidades mal contenidas, a tal punto que el color es presentado casi como si fuera una huella metrorragial. La apuesta de Sergio López, entonces, – como lo han hecho otros artistas- nos ubica ante la cámara como aquel médium perfecto del derrotero dionisiaco: borrar los límites que crea lo diurno para acceder al rio del transformismo.
Felipe Gamboa es Fotógrafo Profesional de la Escuela EFTI Madrid España
y Master Internacional en Fotografía Artística de la misma entidad. Trabaja y vive en Valparaíso.
Deterioro
Presentamos en esta ocasión una serie de fotografías referidas al proceso o estado del deterioro. Su autor ha venido realizando un registro sostenido bajo la tónica del fragmento y del detalle en la ciudad de Valparaíso. Al mismo tiempo, estos fragmentos parecen articularse a partir de las relaciones internas que se generan entre las imágenes. En esta dirección nos ha parecido inevitable no reparar que este corpus de imágenes tiene como protagonista la presencia/ausencia del cuerpo; es el cuerpo el que narra y tal vez, más propiamente, indica el atestiguamiento frente a ciertos hechos indescifrables.
«Cirugía a la estética distinta»
La serie presentada por Daniela Bertolini se posiciona de forma intersticial respecto a la práctica quirúrgica en un caso de cirugía estética. Indudablemente, en esta práctica médica la paciente ha elegido la intervención con un fin corrector de su apariencia. Lo cautivante es la operación de la cámara: en un primer momento, fragmenta y detiene en primeros planos las manos enguantadas de médicos. La luz cenital y focalizada (propia de los quirófanos) hace que estas extremidades emerjan sin solución de continuidad sobre un fondo negro llevando al espectador a percibir la situación como si de una escena se tratara. Este efecto lo describiríamos como de coreográfico. ¿Una danza que recupera los movimientos invisibles de la fina psicomotricidad médica? Puede ser. La alta connotación plástica que tienen estas imágenes abre la posibilidad del diálogo con otras obras visuales y no extraña entonces que la autora se haya referido a Rembrandt para hacer alusión al dominio de la luz sobre la anatomía. Estos densos claroscuros nos recuerdan también los artilugios maestros de Caravaggio para quien la luz debía presentar a los objetos de una manera viva de tal forma que el espectador se sintiera dentro de la escena misma.
A modo de segundo acto, y como una lección de política, la cámara de la autora continua con rigor fotográfico exponiendo las operaciones de poder sobre el cuerpo de la paciente. Estas acciones de cortar, remover, vaciar, trasladar, llenar y coser ponen en perspectiva lo que la publicidad niega a cada instante: que el cuerpo humano puede transformarse en un campo de batalla, y que la lucha por la imagen obdece a menudo a operaciones «descarnadas».
Mauricio del Pino Valdivia.
La importancia de llamarse Cristian Maturana
«Yo es otro» o «Yo es un otro», la frase de Arthur Rimbaud «Je est un autre» extraída de una de sus Cartas de un vidente escrita a los 16 años, cumplió para su autor la función de separar el ser del hacer o percibir de ese mismo ser; como Rimbaud mismo lo ilustra, separar de la trompeta el bronce de la trompeta. La conciencia es una y debe saber escindirse de lo otro que acumula los contenidos de la identidad, la actitud y la conducta. Al asumir esa otredad dentro de sí mismo, el poeta despliega una libertad sin límites ya que la responsabilidad que la cautela es inmanente a quien ejerce dicha libertad.
Cristian Maturana citó la frase de Rimbaud en una exhibición previa en Bogotá de parte de los 19 retratos que ahora expone en Valparaíso y luego en Santiago, donde la ocupa de título, en una utilización que pareciera prescindir del significado subyacente para quedarse sólo con la literalidad de la frase, pues ella le basta y sobra para aludir a su trabajo. En éste, sin más, el ‘yo’ es el nombre –Cristian Maturana– en tanto el ‘es otro’ son todos aquellos que, desde sus diversas proveniencias y destinos, llevan dicho nombre sin ser el mismo ni él mismo, el autor. Limpiamente, el título enuncia la paradoja de un identificador de orígenes cristiano y vasco de extendida diseminación, y la unicidad excluyente de cada uno de sus portadores en común, paradoja que constituye la clave del proyecto de Cristian Maturana el autor.
Todas las connotaciones implícitas, desde la banalización de un nombre que portan tantos como los que aquí vemos y tantos y tantos más que no vemos, hasta la antojadiza diversidad y frecuente desigualdad de una existencia que reparte largamente aspectos físicos, oficios y devenires, quedan resueltos con la frase «Yo es otro».
No obstante, ello sólo acota, no involucra a nadie; pasa lista –19 Cristianes Maturana dicen ‘presente’ y dan la cara– pero no da cuenta de sus reojos, sus temblores y sus suspiros. Hasta que nos devolvemos al sentido de la frase de Rimbaud, más allá, más acá de su enunciado formal. Y éste nos aguarda, silencioso pero latente, como el papel mural sobre el cual Cristian Maturana el autor ha dispuesto a sus homónimos. Es el verdadero ‘es otro’ o ‘es un otro’, cuya existencia y reconocimiento despliega la libertad a ultranza del poeta. Cada CM se desdobla entonces y empieza a bailar su música irrefrenable por los vericuetos del empapelado floreado que alguna abuela hipotética de Cristian Maturana el autor –la abuela de todos y cada uno de los CM presentes y de todos y cada uno de los CM aludidos, por miles– les ha guardado estos años para su solaz infinito.
Mario Fonseca
Santiago, julio de 2008