El encanto de las láminas ideológicas escolares
En estricto sentido pedagógico podemos decir que las láminas escolares han sido elaboradas con el fin de reforzar los procesos educativos en aula sobre una base metodológica clave: educar rápida y entretenidamente por medio de las imágenes. Esto ha llevado a que tradicionalmente sus operaciones visuales respondieran al imperativo de la seducción visual frente a grupos etarios específicos. Una lámina educativa debe verse a los ojos de un niño como un objeto de deseo. Sólo del punto de vista de la pregnancia del color éstas se nos presentan como muy eficientes : saturación, contraste y brillo acentuado son algunos de los rasgos estándares de estos productos gráficos. (Rasgos que se perpetúan en otros productos cercanos como los álbumes y cartas coleccionables)
Pero lo que sobresale en aquellas láminas dedicadas particularmente a la educación histórica de los países, es su peculiar «salto de tigre» hacia el pasado, salto que no puede darse si no mediante un relevo político entre textos.
Las láminas históricas de la escolaridad son el resultado de complejos procesos discursivos no distintos a los ya observados y analizados en otros ámbitos de la comunicación y la cultura. Es más, la transferencia de modelos, la resignificación de códigos y las operaciones de cita y pastiche (muy cotizadas en la estética contemporánea) ejercidas sobre múltiples fuentes y documentos, entre los cuales pueden señalarse las representaciones artísticas y monumentales de la historia, deben llevarnos a considerarlas magníficas fuentes de estudio ideológico. En este punto es muy clarificadora la relación que se puede generar con el padre del pintura educativa: Jacques Luis David, el pintor de la Revolución Francesa.
Debemos a David, y en general al Neoclasicismo francés, la autocomprensión de que el arte puede educar si asume un rol moral explícito, y si esta voluntad política aparece como una «virtud» transmitida de generación en generación por medio de la enfatización de las expresiones y los gestos. Más aún, para tal efecto se genera un arte programático y edificante del cual quedan proscritos los recursos de la afectación y el engaño del arte galante; éste deberá ser austero, severo, apolíneo; lo masculino que impone a la emotividad delicada, la fuerza, al dolor, el deber ser. Este programa de las gestualidades y quinesias virtuosas fue tan bien resuelto por David que hasta el día de hoy cuando queremos sintetizar la historia en un solo acto, en un solo gesto, todos los monumentos y representaciones históricas nacionales eligen la metodología del acto virtuoso.
Nuestros héroes, representados en esculturas, pinturas o ilustraciones, asumen tradicionalmente una actitud solemne; inermes al temor y a la incertidumbre, aún cuando la muerte ronda frente a sus narices, señalan con su mano el futuro de una forma desafiante y decidida. Sus rostros son impasibles, inescrutables, impertérritos. La historia de nuestra patria es la enseñanza de los más fuertes. Y nuestras laminas son los pequeños monumentos de ese legado.
«Sin ilusión monumental, a los ojos de los vivos la historia no sería sino una abstracción.» *
«Los monumentos no serían otra cosa que la demostración de que sólo los más fuertes sobreviven, en este caso los acervos culturales que sobreviven a la destrucción y olvido.»**
*Auge, Marc, «Los No Lugares», citado en «Patrimonio Local: ensayos sobre arte, arquitectura y lugar» de Jose de Nordenflycht, Editorial Puntangeles, Valparaiso 2004, p.86
** de Nordenflycht, José. «Patrimonio Local: ensayos sobre arte, arquitectura y lugar» . Editorial Puntangeles, Valparaiso 2004, p.87