A modo de apunte volvemos a los márgenes de la ciudad y nos hacemos la misma pregunta que los surrealistas contestaran en sus errabundeos por los límites del París turístico: ¿es posible «ver» un paisaje como si de un inconsciente se tratara, como si la configuración del terreno alterado y las formas encontradas dieran cuenta de la irrupción de un vaciado del inconsciente? Esto es lo que parece ocurrir en los bordes de una ciudad que no sabe qué hacer con sus desperdicios, con sus desechos. Pues, en rigor, una cultura cimentada en el consumo de lo obsoleto está obligada a negar esta perentoriedad de los bienes, y de forma casi invisible, a arrinconar hacia los espacios «banales», los «no lugares», los bordes imprecisos y contingentes esta obsolescencia de la vida doméstica. Al mismo tiempo, dichos espacios que se transforman en territorios de alteración constante se nos aparecen como parajes que debemos descifrar y dimensionar en su fenomenología.
Paradojicamente aquí la ciudad se manifiesta en apariencia sin contención ni filtros, las quebradas y cuencas del estero se atiborran de desperdicios generando un cambio de dimensión: de paisaje a escenario. ¿Cuál es ese escenario que encontramos coincidente con los hallazgos de la desorientación surrealista? Es una pregunta que intentaremos contestar desde la imagen. Por ahora, la edición que se ha dado a estos registros se acerca a una especie de visualidad iniciática: se generan percepciones que caen bajo el umbral de la figura y fondo frente a estímulos recurrentes y repetitivos. Se podría decir que son imágenes que se producen entre la vigilia y el sueño. Imágenes para vaciar.